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Esta historia comienza viajando en el tiempo, dejando volar la imaginación hasta sumergirnos en una escena familiar propia del día a día de dos hogares de inmigrantes mexicanos que llegaron a Estados Unidos.
Empecemos por la primera: nos encontramos en la ciudad de Santa Ana, California, al sur de Los Ángeles, en torno al año 1995. El padre de una familia mexicana es el coach de un equipo de fútbol y está a punto de salir hacia el campo de entrenamiento. Sus hijos están preparándose para ir con él, pues forman parte del equipo. Janelly Farías, que por entonces tiene cinco años y es menor que ellos, insiste cada día para que también a ella la dejen practicar: quiero jugar al fútbol con sus hermanos.
Ahora avancemos un poco en el tiempo y vayamos más al norte: estamos en el año 2000, en el pequeño y remoto pueblo de American Falls, ubicado en Idaho. La narración de un partido de soccer de la Liga MX inunda la casa, el papá sigue atento lo que ocurre sobre el césped mientras un hijo lanza preguntas sobre el juego y pide permiso para salir a patear el balón con sus amigos. María Sánchez es su hermana pequeña y contempla con interés la escena, que se repite a menudo. Apenas tiene cuatro años, pero quiere ir a la calle a jugar con él; es evidente que ya entonces el fútbol es parte fundamental de su vida.
Tanto Farías como Sánchez crecieron en un entorno repleto de referencias al fútbol, un deporte que corría por sus venas desde que nacieron. Así, a nadie sorprende que ambas terminaran convirtiéndose en futbolistas profesionales años después, llegando a hacerse con un puesto en la selección nacional de México, el Tri. Y aún así, su camino hacia el éxito estuvo lleno de obstáculos. Algunos, muy comunes entre las jugadoras de origen hispano, sorprenden al darse en un país como Estados Unidos, considerado la tierra prometida del fútbol femenil.
“Mis papás no podían pagar lo que cuesta jugar en un club, ni tan siquiera llevarme a los entrenamientos”, apunta María. “No empecé realmente a competir hasta que llegué a la universidad de Idaho State. Quizás podría haber conseguido alcanzar un nivel más alto y de forma más rápida de haber tenido otras oportunidades.”
Farías, ya una jugadora experimentada a sus 31 años, subraya la importancia de contar con el apoyo de la familia y el valor que aporta tener referentes femeninos en los que las chicas puedan fijarse a la hora de construir su carrera deportiva: “Estamos acostumbradas a que se le diga a una niña ‘no’ [no puedes jugar], y cuando escuchas eso se te complican las cosas. Es importante que trabajen la parte mental para que puedan decir ‘sí creo, sí puedo; si trabajo, lo puedo hacer.’”
Ahora, con una y otra defendiendo los colores de Tigres de la UANL y Club América en la Liga MX Femenil, respectivamente, Sánchez y Farías son también embajadoras de Alianza de Futbol, una organización de ámbito nacional dedicada al apoyo y desarrollo del fútbol hispano amateur en los Estados Unidos. Desde este mismo verano, las niñas nacidas entre los años 2000 y 2006 podrán participar en el programa All State Sueño Alianza, que recorrerá diez ciudades con sus pruebas de nivel en las que estarán presentes ojeadores de México y EE.UU. En paralelo, en cada parada del tour se disputará el torneo TUDN Alianza Femenil, un evento que desde 2015 reúne y pone en liza a un gran número de equipos femeninos, y Copita Alianza, dirigido a las sub-16.
Joaquín Escoto, director de Alianza de Futbol, cuenta a The Equalizer que este año esperan alcanzar la cifra de 4.000 jugadoras y en torno a 200 equipos.
“Estamos muy orgullosos de haber puesto en marcha una plataforma gratuita para jugadoras latinas, porque el pay-to-play no será una barrera aquí”, afirma Escoto, “la estructura del fútbol femenil tiene particularidades y es importante adaptarse. Se les ofrece un camino hacia la Liga MX Femenil o la NWSL, pero también una ruta hacia el college, que para ellas es una opción muy atractiva. Le cambias la perspectiva a familias hispanas de primera generación con padres que no han podido ir a la universidad.”
Alcanzando nuevos horizontes gracias al fútbol
En el caso de María Sánchez –por quien el mes pasado se traspasaron sus derechos NWSL de Chicago Red Stars a Houston Dash–, puede decirse que el fútbol expandió su mundo, literalmente.
“De pequeña vivía en un pueblo muy chiquito y a mí las ciudades me quedaban muy lejos, tres horas o más,” comenta ella, “de no haber recibido una beca con la selección… allí seguiría. El fútbol me ha dado nuevas oportunidades, me ha permitido conocer países. Ha cambiado mi vida.” En sus propias palabras, el fútbol tiene una conexión especial que “engancha” al aficionado gracias a “la naturalidad del juego, por cómo fluye. No tienes tiempos muertos durante 45 minutos, así que ves a los jugadores en acción sin parar.”
El fútbol, además, no sólo rompe horizontes físicos. Janelly Farías lo sabe bien: “la gente me dice a menudo ‘¿Cómo es que sigues jugando? Te han operado cuatro veces, has pasado por tanto…’ pero yo digo que todo está acá [se señala la cabeza], es lo más importante. Hay que ser resiliente. El fútbol va de errores, y gana quien se recupera y se concentra más rápido”.
La relación de Farías con el fútbol ha tenido altos y bajos, tanto dentro como fuera del campo. En su año senior en el college decidió apartarse del deporte como reacción a los problemas que había tenido con su familia cuando, en un primer momento, no aceptaron que era gay. Volvió y se consolidó como una centrocampista fiable, aunque también sobre el césped tuvo que adaptarse poco después, retrasando su posición.
“Al principio no me gustaba para nada”, dice entre risas, “jugaba en la media y hasta llegué a hacerlo de ’10’, pero cuando hace unos años regresé a la selección y oí ‘vas de central’ dije ‘¿Qué?’. Al principio se me hizo difícil aceptarlo y asumir ese rol, pero ya me encanta. La gente no se da cuenta de lo difícil que es jugar de defensa, porque no hay margen de error. Interiorizar esa responsabilidad me ha ayudado mucho a crecer mentalmente”.
Desde la perspectiva del aficionado al fútbol, es lógico juzgar a los jugadores en base a su talento. Pero, sin embargo, es muy curiosa e ilustrativa la propensión que el futbolista profesional tiene a valorar en mayor medida otros aspectos de su personalidad, en gran parte escondidos. María Sánchez destaca la importancia de ser un apasionado del fútbol: “debes tener ese amor por el deporte. Yo sabía que tenía pocas posibilidades de llegar a profesionales, así que le di la vuelta y lo usé como mi principal motivación”.
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A día de hoy, cuando ambas han alcanzado su sueño de niñez –e incluso el de sus padres y hermanos–, quieren pararse a reflexionar sobre el valor que tienen programas para niñas como los de Alianza de Futbol, una opción que no existía años atrás cuando ellas estaban formándose y podrían haberse visto beneficiadas.
Así, a lo largo de nuestra conversación recalcan lo crucial que es contar con este tipo de espacios para las chicas de origen hispano, un entorno en el que el talento pueda aflorar. En última instancia, son tanto las selecciones nacionales de México y Estados Unidos, como los clubes de uno y otro país, quienes pueden terminar aprovechándolo. Allanando el camino de estas futbolistas se puede conseguir elevar el nivel del fútbol femenino y, sobre todo, brindar mejores expectativas vitales a las niñas.
Como apunta Janelly Farías, “el fútbol transmite muchas cosas bonitas. Puede cambiar una cultura, la perspectiva o incluso la mentalidad de cualquier persona. Tiene un poder impresionante. Para mí, el fútbol define culturas y puede cambiar vidas”.